Cuando NO es lo que debería ser: Viviendo un sueño ajeno
Solemos ir a la universidad a una edad en la que aún no conocemos realmente nuestros sueños de vida -lo que queremos SER-. O tal vez sí tenemos idea de ello, pero al ser tan influenciables por nuestros padres, tíos, amigos de nuestros padres y el entorno en general, terminamos queriendo vivir lo que los demás pintan como éxitos y felicidad (un trabajo estable en una lujosa oficina, con muchas personas a tu cargo que te llamen ingeniero/a o doctor/a). Y utilizo esto último como ejemplo porque es lo que en mi tierra escuché siempre como la epítome del éxito y felicidad.
Ahora bien ¿Qué pasa luego de un tiempo de estar viviendo eso que anhelábamos en nuestra adolescencia?
Muchas veces nos damos cuenta que no nos gusta. Digo “muchas veces” porque de gustos y colores no han escrito los autores, hay personas que se sienten tranquilas cumpliendo una rutina como la del ejemplo. Pero siguiendo la línea original, cuando estamos en un trabajo que nos cansa, donde nos sentimos subutilizados o sobreutilizados, tristes o iracundos…en fin, insatisfechos con ese estado actual, entonces nos ponemos retrospectivos e introspectivos y es allí cuando se viene la epifanía de la que tanto me jacto ahora de haber experimentado. Y cuál es?
¡Quiero ser ahora lo que quería ser de niña! Suena absurdo que esa sea la revelación de la que me siento tan orgullosa, pero créanme, no fue fácil descubrirla. Les explico por qué: Pasé la mitad de mi vida sacando buenas calificaciones, siendo la más lumbrera en mi instituto en materias como física, química y matemática -razón por la cual era el orgullo de mis padres y me recomendaban mis mentores como una buena candidata a ingeniería- mientras me perdía a ratos en el mundo de la imaginación, dibujando el escenario donde los diseños que concebía llegaban a una enorme vitrina de mi propia boutique. Ideé mi plan A -que conforme a lo que me pintaban era ser ingeniera- y lo llevé a cabo como si esa fuera la única letra que existiera en el abecedario. Lo defendía firme, con convicción, al punto de dejar de lado muchos otros aspectos de mi vida con tal de lograrlo.
Me gradué, conseguí trabajo en una creciente y muy influyente empresa, ascendí vertiginosamente de puesto, mis compañeros de trabajo me querían y mi jefe sentía que yo era imprescindible para la organización. La felicidad plena para quienes tenían ese sueño: mis padres, mis tíos, los amigos de mis padres…Yo seguía siendo la misma que se perdía a ratos en el mundo de la imaginación.
Ahora, luego de madurar por un tiempo las ideas -y de cambiar mi trabajo por mi sueño-, estoy convencida de que nuestros propósitos de vida nos son otorgados en el momento de la concepción. Una idea un tanto romántica, pero que se comienza a materializar con experiencias como la mía y la de muchos otros que comparten esta percepción. Damos luces de quienes seremos desde pequeños, el actuar de nuestros padres y/o el entorno nos sigue llevando por ese camino o nos desvía del mismo; finalmente somos nosotros los que decidimos qué vamos a ser, si lucharemos por lograrlo, o si seguiremos viviendo un sueño ajeno.